Periodismo y Cuentos

domingo, 14 de marzo de 2010

Cuento

Ansias de gol

Era tal la sequía de goles que llevaba dentro de su alma, que Carlos Maidana ya no sabía que hacer. Por su vida habían pasado un par de brujas, varios tarotistas, recorridas por iglesias que encontraba en el camino y muchas cosas más. De cada una de éstas, recogía agua bendita con la que terminaba mojando sus botines, las redes del arco y toda pelota que encontrara. Todo con el objetivo de recobrar lo que tanto sabía hacer y que parecía que se lo había olvidado de la noche a la mañana: el gol. El tantas veces gritado, festejado, aclamado, preponderado y bendito gol.

Carlos Maidana era uno de esos jugadores que nunca tuvo demasiada suerte en cuanto al progreso de su carrera. Toda su vida deambuló por equipos del ascenso. Con mucha notoriedad dentro de la categoría, por la cantidad de goles que anotó, pero que, como tantos otros denominados “jugadores del ascenso”, nunca tuvo la oportunidad de probar suerte en la elite del fútbol. Con sus 32 años, él ya tenía en claro que iba a terminar su carrera deportiva allí mismo, que nunca iba a llegar a conocer lo que significaba pisar el césped de un Monumental, de una Bombonera. Lo sabía y se conformaba con lo que tenía porque se sentía cómodo donde estaba. Todos los hinchas de los clubes por los que pasó lo admiraban, casi ídolo para todos. Era de esos jugadores dotados técnicamente y con una fuerza importante, complementos ideales para un nueve de área como lo era él y que le valieron el apodo de “Tanque”, apenas original para la época.

El problema llegó cuando, en la fecha 12 del campeonato de la C, desperdició una chance de gol tan clara, que el único relator que estaba en la cancha lo gritó un par de segundos antes de que le llegara la pelota a los pies de Maidana. Se sabía de antemano, por su historia de nueve, que cada pelota que tocaba dentro del área chica terminaba en gol, no había otra opción, era esa y únicamente esa. A partir de ahí comenzó una persecución feroz. No contra él, sino de él mismo, pero para encontrar ese gol que se le había escapado hacia vaya a saber donde.

En sus casi 500 partidos oficiales había anotado 382 goles. Una marca inusual para un jugador del ascenso, que daba en cuenta la calidad de delantero que siempre fue. Su peor etapa como futbolista tuvo que ver apenas con un par de desgarros que sufrió, ya hace varios años y que le hicieron perderse un puñado de partidos. Claro, nunca había pasado por una situación como esta. Acostumbrado a la gloria (del ascenso) y a los seis campeonatos obtenidos, nunca se imaginó que le iba a llegar este problema. Sí señores, el gol se había ido de su vida.

Esa tarde en la cancha de Colegiales empezó la terrible historia. El relator se quedó varios segundos callado. No supo cómo reaccionar y, sobre todo, cómo explicarle a los oyentes que el gol que gritó no fue gol. Y más teniendo en cuenta que se trataba nada más y nada menos que del “Tanque” Maidana. El propio jugador nunca supo qué fue lo que le pasó aquella tarde, si se encandiló por el sol que lo tenía justo enfrente, si se tropezó, como tantas veces por el estado del campo de juego o porqué. Fue tal la angustia que le agarró que durante los últimos 29 minutos que quedaban del partido no volvió a tocar la pelota. Argentino de Merlo, su equipo, perdió 1 a 0.

Noches y noches pasaron y el sueño que tenía (a esa altura ya pesadilla), con él de protagonista, era más que recurrente. Ahí se veía él mismo, dentro del área chica, con un arquero totalmente desparramado, con tres defensores detrás de él que tenían en sus ojos el tobillo suyo... La pelota que le va llegando y la punta del botín derecho que la termina mandando a la calle, dándole a un par de perros que se estaban peleando. Y luego de despertar, lo esperaba el entrenamiento... Las horas de psicólogo apenas pudieron hacerlo sobrellevar de la mejor manera posible esta mochila más que pesada.

La persecución hacia el gol se hizo interminable. Tan interminable que hasta el día de hoy lo sigue buscando. Claro, no en una cancha profesional. Ya tiene 38 años y el arco que está en la esquina de su casa le sigue siendo esquivo cada vez que juega con amigos. Un año antes, cansado de que el gol se le fuera de su vida para siempre no dudó en colgar los botines. Algunos aseguran que por las madrugadas se lo puede ver en esa canchita pateando una pelota vieja, aunque nunca gritando un gol...

No hay comentarios:

Publicar un comentario