Periodismo y Cuentos

martes, 7 de julio de 2009

Cuento

La muerte del soldado

Quería seguir corriendo pero cuando caí encima de ese cuerpo, no pude reaccionar, me quedé helado. Era la primera persona que veía muerta. No puedo describir muy bien la sensación que tuve, pero está claro que fue horrible. La explosión de la granada fue muy cercana y me tiró varios metros adelante. Creo que me salvé de casualidad.

Quedé un poco alejado de la compañía y estaba prácticamente solo. Trataba de apurarme para alcanzarlos pero los seguía viendo lejos. Y además de no verlos, tampoco los escuchaba. La granada me dejó muy aturdido y casi sordo. En realidad, creo que en ese momento quedé sordo por completo porque por un rato no escuché ningún disparo ni ninguna detonación, algo inusual.

Cuando me levanté, luego de la explosión, me quedé paralizado por unos segundos. No tuve conciencia que tenía que seguir para poder sobrevivir. En ese momento me resultó más fuerte la imagen de ese tipo tirado, con el cuerpo frío, que la granada que estalló detrás de mí. Sabía que iba a la guerra, pero recién ahí fue que me di cuenta de lo que eso significaba.

Nunca supe cómo fui a parar allí. Yo no era un tipo como para pelear en una guerra. En realidad, nunca me llegué a pelear con nadie. Es más, las veces que discutía con alguien, me ponía mal y me quedaba así por un tiempo largo. No era como mis compañeros de combate. Ellos estaban más preparados para luchar. También eran jóvenes, igual que yo, pero tenían más experiencia, al menos desde sus cabezas, ya que venían pensando en esto desde hace tiempo.

El asunto es que yo ya estaba ahí y no podía volver atrás. Seguí corriendo y me acerqué, por fin, a la compañía. Para ese entonces, mi oído había mejorado bastante. Por un rato no tuvimos demasiados problemas, estaba todo muy tranquilo. Estuvimos sin encontrar a algún francés por alrededor de dos horas. Igualmente, teníamos que permanecer atentos porque sabíamos que estábamos en territorio enemigo.

Durante el tiempo que estuve en la guerra, recuerdo que realicé un sólo disparo. Ya dije, yo no era el hombre ideal para pelear. Será por eso que el teniente siempre me renegaba y me dejaba, por momentos, más retrasado. Ese disparo lo hice el último día.

Luego voy a contar con más detalles cómo fue ese hecho. Pero por ahora voy a seguir con el relato por donde iba. Nos encontramos con los franceses a 40 kilómetros y allí se desarrolló una batalla muy dura. Para colmo, el ejército británico se nos acercaba por el otro frente. Yo me traté de cubrir como podía de los disparos y las explosiones.

Era un poco miedoso, lo reconozco, pero también tenía mis lapsos de valentía. Me parece que tuve algo de los dos extremos para hacer lo que terminé haciendo. Pero en ese instante, yo corrí para resguardarme. De reojo lo vi al teniente y pude ver en su mirada varios insultos dirigidos hacia mí. No podía creer cómo podía ser tan cobarde.

Allí murieron muchos de mis compañeros. Seguramente yo también hubiera muerto si no fuera porque prácticamente no combatí. Permanecí en todo momento detrás de los demás. Igualmente también cayeron varios enemigos. No a causa de mis armas, claro. Tenía todas las municiones intactas. Trataba de hacerme el que combatía pero el teniente se dio cuenta desde el principio de cómo era yo.

Creo que él quería que me muriera de una vez por todas, así no tenía que estar más a cargo mío. Y para decirlo llanamente, yo también quería morirme. Llegó un momento en que la presión que sentía era insoportable. Me sentía muy angustiado al estar lejos de mi familia y ver todos los días gente muerta alrededor mío. No sabía que hacer. Pensaba en ser el primero en salir de las trincheras para dar la cara y pelear, pase lo que pase. Pero no tenía esa valentía.

Esa batalla la ganamos. O mejor dicho, la ganaron mis compañeros. Ellos también se dieron cuenta cómo era yo y ninguno se me acercaba. Habrá durado aproximadamente media hora o un poco más. Cuando terminó, fue ahí que me empecé a sentir muy atormentado.

Seguía sin saber cómo fui a parar allí. Recuerdo que recibí el llamado del ejército alemán y ahí me tienen. Perdido entre granadas, disparos, muertes. Y otra vez, la tranquilidad, si es que existía la tranquilidad en esa zona.

Hace un par de años que había comenzado la guerra y no había indicios de que terminara. De todos modos, nosotros, en el frente de batalla, no teníamos la menor idea de lo que estaba pasando en las principales ciudades.

Seguimos nuestro camino y pudimos descansar toda la noche. Las tropas enemigas estaban alejadas de nosotros y nos permitieron dormir bastante. A la tarde siguiente nos preparamos bien, porque sabíamos que se iba a librar una nueva batalla.

Cuando llegamos al río Somme, al norte de Francia, yo presentí que ese iba a ser mi fin. Miles de soldados de los ejércitos franceses y británicos nos estaban esperando. Igualmente, nosotros teníamos una buena cantidad de personas en la tropa y enseguida se nos unieron más alemanes.

Yo seguí con mi postura de no pelear, pero sabía que no la iba a poder sostener todo el tiempo. Desenfundé mi arma al instante, aunque todavía no estaba preparado para usarla. Y no lo iba a hacer hasta el último momento en que lo creyera necesario. Y así fue. Esperé todo lo que pude.

Mientras tanto, la batalla que se libró allí, según tenía entendido antes de partir, pasaba a ser una de las más grandes. Una cantidad de muertos incalculable yacían en el suelo, todos de distintos países. Y una suma importante de estruendos se escuchaba al lado mío. Cuando miré al frente, vi cómo el teniente que estaba al mando nuestro, se desplomaba producto de una serie de disparos recibidos.

El pánico definitivamente se apoderó de mí. Y creo que también un poco en todos mis compañeros, aunque ellos no lo demostraban. De todos modos, yo también trataba de estar calmo, pero mis manos no mostraban eso. Mi arma se movía para todos lados por el temblor que invadía mi cuerpo.

El momento para utilizarla había llegado. Los franceses y los británicos nos tenían acorralados. Éramos alrededor de cien soldados y sabíamos que no teníamos oportunidad de escapar. Todos mis compañeros se abalanzaron sobre ellos, en un último instante de nacionalismo. Yo también lo sentí, pero como ya saben, era cobarde. Ese único disparo me lo di en la sien.

Lo que lamento, es que voy a tener que ver nuevamente al teniente. Y peor para él, me va a ver a mí.

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