Periodismo y Cuentos

jueves, 18 de junio de 2009

Cuento

Los habitantes de la escuela

Un lugar lleno de chicos. Un lugar lleno de maestras ¿Un lugar lleno de fantasmas? Esa es la leyenda que habita en la escuela Nº 24 de Moreno. Y hay una razón muy importante por las que algunos creen esto. Alrededor del año 1870 terminaban de trasladar todo lo que formaba parte del viejo cementerio de la ciudad, ubicado en el mismo lugar en donde hoy está el colegio.

Como en todas partes y sabiendo lo que hubo en el pasado en este lugar, están aquellos que creen en este tipo de cosas y aquellos que no. Y también están aquellas personas que nunca se enteraron de la existencia del cementerio. Como fue el caso del ingeniero que estaba a cargo de la construcción de la escuela allá por 1959, que encontró restos de cadáveres e hizo la denuncia en la comisaría pensando en algo peor. La respuesta que obtuvo: “No se preocupe, seguramente va a encontrar más”.

Una de las personas que no tenía conocimiento acerca de esto era la directora, Carmen Rojas, que asumió en el cargo a principios de este año. Nunca tuvo problemas, a excepción de algunos encontronazos con otras docentes, con las cuales no se llevaba muy bien. A pesar de esto, ella siguió con su trabajo normalmente. El primer hecho que le llamó la atención fue cuando, una mañana al llegar al colegio, las porteras le contaron lo que les acababa de suceder. Resulta que tenían que limpiar el patio ese día, pero cuando llegaron, todo el edificio estaba reluciente, habiéndolo dejado bastante sucio por la tarde del día anterior.

La directora comprobó que estaba todo limpio pero no se sobresaltó demasiado. La relación con ellas, al igual que con las maestras, era cada vez peor y lo primero que pensó es que estaba siendo víctima de una broma.

-Es verdad, está todo limpio. Pero bueno... seguramente algo debe estar fuera de lugar así que sigan con su trabajo por favor- Eso fue lo único que atinó a decir. No se hizo demasiados problemas ya que cada instante que pasaba estaba más convencida que le estaban jugando una broma de mal gusto.

Los días pasaron y todo siguió con su curso habitual, hasta que un mes después de este hecho ocurrió algo realmente extraño y, esta vez, ella misma lo pudo presenciar. Mientras firmaba unos papeles sentada en su escritorio, se le presentó una maestra en la puerta. No la golpeó, entró directamente y quedó observándola. Estaba avejentada, tenía un guardapolvo viejo y algo sucio. Cuando Rojas levantó la mirada y le preguntó: “¿Quién es usted? ¿Qué desea?”, esta persona dio media vuelta y se retiró.

Se quedó muy sorprendida y cuando reaccionó, se levantó y fue en busca de ella. Cuando salió de la dirección vio a la secretaria, Susana Pérez, por el pasillo. Ésta, dándose cuenta de su interés, le preguntó a quién buscaba. Rojas le comentó lo que le acababa de suceder y la secretaria, sorprendida, le dijo que ella estaba dando vueltas en el pasillo y no vio a nadie por allí. La directora se la quedó mirando unos segundos y volvió a la dirección cerrando la puerta por detrás suyo.

Enseguida lo relacionó a lo ocurrido con las porteras el mes anterior y volvió a pensar en la misma hipótesis. Le dio bronca y el resto del día no le volvió a hablar a Pérez.

Estos acontecimientos, sumados a otros de menor importancia, ya la estaban cansando aunque en ningún momento se le ocurrió irse del colegio. La relación con sus colegas, está claro, empeoraba día a día. Cada tanto, estando siempre en soledad, escuchaba todo tipo de ruidos, voces y algunos gritos. No se había asustado con las cosas que le habían pasado anteriormente y menos se iba a asustar con eso. Hasta que un día, a las dos semanas aproximadamente, se dio cuenta que ninguna de las cosas que había vivido allí eran obras de las maestras.

El último hecho, el que precipitó lo peor, sucedió por la tarde, cuando se quedó completamente sola en la escuela. Ya se habían retirado las docentes, las porteras y también todos los chicos.

Eran las 17.30 cuando, desde la dirección, vio correr a un par de chicos por el pasillo. Se sorprendió ya que estaba segura que se habían ido todos. En ese momento sí comenzó a preocuparse, pues estaba sola. Cuando salió en busca de éstos, vio claramente a una señora entrar a un salón en la otra punta de la galería. El miedo, sin dudas, ya estaba dentro de su cuerpo y se notaba a cada tembloroso paso que daba. Luego de un interminable recorrido, para ella, hasta el salón, entró en él.

Una vez adentro, observó a un par de chicos jugando en un rincón, a un par de ancianos hablando en otra esquina y a una mujer que se le puso enfrente, cerrando la puerta. Era la misma persona que se le había presentado en la dirección con el guardapolvo viejo. Todos tenían un aspecto deplorable, vestidos con ropa antigua y con sus caras demacradas.

Con una voz difónica, la mujer se puso a hablar:

-¿Usted es la nueva directora? Esta es mi familia. Ya no recuerdo bien, pero creo que nosotros morimos por la fiebre amarilla... o por la epidemia de cólera, no me acuerdo. Me imagino que después de esto, usted va a renunciar a esta escuela...- le dijo tomándola por los hombros.

La respuesta hubiera sido afirmativa, pero el infarto fue muy fuerte. La encontró la portera a la mañana siguiente tirada debajo del pizarrón, en el que decía: “Esta sigue siendo nuestra casa”.

Esa misma tarde la enterraron, claro está, en el nuevo cementerio.

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